Andrea Bacchetti y Giampaolo Bisanti
fueron los invitados de la
Sinfónica de Guayaquil.
Aquella noche italiana en el Teatro Centro de Arte se
conoció un percance desconcertante. El cambio de programa de última hora incluyó a Beethoven, cuando
nos hubiera gustado escuchar a Luciano Berio o Bruno Maderna, después del humor tónico del sibarita
Rossini.
Pronto nos reconciliamos con la modificación al escuchar el segundo concierto del compositor alemán.
Ingresó al escenario Andrea, con aquella gestualidad de niño inquieto hiperactivo que lo hizo ajustar
sus lentes o mover su asiento de un modo compulsivo.
Imaginé al chiquillo de once años, bárbaramente sensible, dando su primer concierto en Milán con una
de las orquestas más activas del mundo: I Solisti Veneti. Desde aquel momento sería el invitado
permanente de grandes sitios como Salzburgo, La Scala y el Teatro Verdi de Milán, la Sala Pleyel en
París. Teniendo como padrinos a Herbert von Karajan, Luciano Berio, del que se lo considera como el
mejor intérprete, se presentaría bajo la batuta de prestigiosos directores como Baumgartner, grabaría
los 27 conciertos de Mozart, toda la obra para piano y orquesta de Mendelssohn.
En el segundo concierto de Beethoven, Bacchetti entró después de un largo preludio de la orquesta; lo
hizo sin poses, sacando del Steinway el sonido más acertado posible, sin excesiva percusión, sin caer
en lo almibarado, manifestando delicadeza, elegancia, usando los pedales con absoluta sobriedad, lo que
le permitió destilar un sonido puro, arpegios desgranados.
El primer movimiento puso en evidencia la influencia que Beethoven había recibido de Mozart. Bacchetti
respetó aquel toque sofisticado, delicado, del maestro de Salzburgo. En el adagio asomó la llama
romántica con un lirismo intenso, aunque la parte del piano tenga una gran sobriedad. El rondó final
hizo renacer el virtuosismo, puso de relieve la impecable técnica del intérprete.
Existe una anécdota curiosa: Beethoven ensayó esta obra en su casa dos días antes del concierto.
El piano estaba afinado medio tono más bajo y el maestro tocó sin dificultad en si mayor en vez de
hacerlo en si bemol mayor. Sabemos que el primer movimiento fue escrito solo dos días antes del estreno.
El final, curiosamente sincopado, me permitió imaginar a Bacchetti tocando jazz en sus momentos de ocio.
La orquesta estuvo a la altura. La Obertura de Guillermo Tell no está, y lo siento tanto, entre mis
obras predilectas, a pesar de su preludio deslumbrante, su intermedio pastoral cargado de paz,
su galope tan usado en los dibujos animados. Es música de programa de gran impacto que suele provocar
aplausos delirantes.
El Capriccio italiano, según lo dicho por el mismo Tchaikovski, es "una obra de mucho efecto
gracias a temas escuchados en la calle", lo que explica o justifica ciertas melodías algo
comerciales más definitivamente llenas de humor.
El director Giampaolo Bisanti, a pesar de lucir una gestualidad vistosa que no tenía Toscanini,
parece tener en común con el maestro desaparecido una gran exigencia por cada nota. Conduce con
vehemencia, usando mucho la mirada, mostrando seguridad, madurez, concentración, vitalidad, expresividad.
Aquella actividad cultural desbordante que impulsa Italia en nuestro medio se convierte en ejemplo
para otros países. Juan Castro y Velásquez, actuando como líder entusiasta, es punto clave en los
contactos, la organización. Trabajo hecho con discreción, sobriedad, pero realmente intenso.