El pianista italiano Andrea Bacchetti
durante una de sus presentaciones
realizadas en Guayaquil.
Más bien pequeño, extremadamente delgado, se instala
frente al piano después de saludar con insólita humildad al público. Luce como niño inquieto,
demora en acomodarse, se concentra quince segundos, empieza a tocar. El duendecillo no dejará de
crecer hasta el último acorde. El concierto de Nino Rota que interpreta no es tan vistoso como el
número uno, tampoco se presta para actitudes teatrales, románticas. Esta vez la orquesta tiene un
papel preponderante, resulta agradable escuchar cómo se lucen el fagot, el corno, la trompeta,
las cuerdas.
Bacchetti, sin vistosa gestualidad, es preciso, sutil. No se lo puede comparar desde ningún punto
de vista con Giuseppe Albanese, pues son estilos diferentes. Giuseppe es el apasionado extravertido,
mientras que imagino a Andrea como clavecinista puntual en el siglo XVIII, o tocando a Clementi
como Wanda Landowska. Domenico Scarlatti y Galuppi pertenecen ambos al siglo XVIII, mas el pianoforte
actual permite matizar volumen, intensidad, dar al sonido mayor textura. Entonces tenemos a un
Bacchetti irreprochable en su técnica, pero a la vez emotivo. Ecléctico por excelencia, regala al
público como bis una pieza de Galuppi (ha grabado varios discos con obras de este compositor),
desgrana impecablemente las notas de La fileuse (La Hilandera), encaje musical de Mendelssohn suave,
luminoso como un cuadro de Vermeer, sorprende al entusiasta público con el tema pop Moon River.
Lo alcanzo entre bastidores, hablamos de nuestro común amigo de Lavagna: Luigi Passano; me entero
de que Bacchetti tocó Dvorak con el Cuarteto della Scala en aquella pequeña ciudad de Chiavari (Liguria)
de la que tengo hermosos recuerdos. Quizás por ello me sorprende cuando Andrea me dice: "Mi piace molto
mangiare, ma senza vini". Nuestro pianista es buen tenedor, pero no aficionado a las buenas botellas.
Sin embargo, manifiesta sensualidad en su forma de tocar, dramatismo cuando es necesario, es sorprendente,
perturbador en la música de Berio, de Webern (aunque de igual modo podría tocar al romántico Weber).
Navegué por YouTube, pude asombrarme al encontrarlo interpretando a Bach, Mozart, el segundo concierto
de Agustín González Acilu (quien me recuerda a Darius Milhaud y Stravinsky, por su composición rigorosa,
luego me emociona que haya dedicado a sus ochenta años una cantata al filósofo Epicuro). Frente a los
barrocos, insiste Andrea en que el pianoforte expresa matices que no alcanzaba el clavicordio, lo que nos
vale interpretaciones de gran expresividad y digitación. Pensé que Bacchetti podía ser un pianista
"de cámara" más a sus anchas con los barrocos, pero después de apreciar su energía, su poder
cuando interpreta a los románticos, a los compositores de vanguardia, cambié de parecer.
Es un hombre ávido de sonidos nuevos, aunque de raíces profundamente clásicas, y por eso escucharlo
tocar el concierto BWV 1058 de J.S. Bach para piano y orquesta es una experiencia inolvidable.
La música en sí no tiene edad. Bacchetti tampoco.
Davit Harutyunyan nos presentó una orquesta que cada día moldea mejor. Abrió la noche con Verdi,
Leoncavallo, Mascagni (notable prestación de las cuerdas), varias oberturas del sibarita corpulento
Rossini, aficionado al pavo trufado, como para equilibrar el peso leve pero genial de Andrea Bacchetti.